Su sesión ha expirado. Haga Login de nuevo
La cocina sevillana es un reflejo de la fusión de culturas que han pasado por la región, desde los romanos y árabes hasta la influencia de los productos y condimentos procedentes de América, lo que ha dado lugar a una gastronomía diversa y llena de matices.
La mejor manera de descubrir los platos tradicionales es «saliendo de tapas». En Sevilla comer es más que una necesidad básica, es un momento de disfrute compartido. Así, «tapear» es una forma de conocer la ciudad: aquí la gente charla animadamente en las barras, las comandas se cantan y la alegría invade los bares… Entre las recetas más populares están el refrescante gazpacho, el crujiente «pescaíto frito» o la famosa pringá.
La ciudad también es conocida por su repostería, recetas tradicionales que se elaboran con mimo y devoción en conventos de clausura y obradores centenarios. Sin olvidar la variedad de vinos y licores de extraordinaria calidad que reflejan la diversidad y riqueza de esta tierra única.
El gazpacho es uno de los platos más populares de la gastronomía andaluza y, por supuesto, de la sevillana. Esta sopa fría hunde sus raíces en el antiguo Al Ándalus, cuando los jornaleros y campesinos aprovechaban el pan seco de días anteriores, mojándolo en pan y aderezándolo con ajo, aceite y pimienta. Posteriormente, con la conquista de América, el tomate pasó a ser el ingrediente estrella de la receta.
En Sevilla es uno de los platos más emblemáticos del verano. Esta fórmula es tan reconocida que cuenta con su propia efeméride, el 21 de julio, y con una institución oficial, la Academia del Gazpacho, dedicada a difundir sus bondades. Y es que más allá de su exquisito sabor, ayuda a hidratar y proteger la piel, es un cardioprotector natural y cuenta con numerosas propiedades nutritivas.
Otra de las delicias más características de la gastronomía de Sevilla es el adobo y el «pescaíto frito». La capital tiene magníficos puertos pesqueros muy cerca, en las costas de Cádiz y Huelva, que proporcionan cada día exquisito pescado fresco a las cocinas de sus restaurantes. El «pescaíto frito» se sirve en las freidurías (un tipo de local tradicional de comida rápida sevillana) dentro de un cartucho de papel. Para prepararlo, se utilizan pescados y mariscos pequeños, como boquerones, calamares y gambas, que se rebozan y fríen en aceite muy caliente hasta conseguir un exterior crujiente y dorado.
El adobo es otro producto estrella, presente en la carta de todos los bares y restaurantes. Se trata de pescado marinado en una mezcla de ajo, sal, orégano, pimentón y vinagre, que luego se reboza y se fríe. El resultado es un bocado con un exterior dorado y un irresistible aroma ligeramente especiado y un interior tierno y jugoso. Normalmente, el pez que más se adoba es el cazón (una especie de tiburón pequeño), pero también se cocinan otros como el mero o los boquerones.
Se trata de una receta de aprovechamiento, hecha con las sobras del típico puchero andaluz del día anterior. Suele servirse en montadito o acompañando a la sopa del puchero. Está elaborada a partir de varias carnes y chazinas: pollo, morcilla, chorizo, tozino, ternera...; una vez picadas y desmenuzadas, es importante mezclarlas bien para que se unan los sabores.
La forma de ser del sevillano, abierto y alegre, tiene mucho que ver con esta costumbre popular de «salir de tapas». En Sevilla, la tapa es mucho más que un simple aperitivo: es una experiencia cultural que te conecta con la esencia de la ciudad. Se trata de una porción pequeña de un plato, de precio reducido y pensada para acompañar el vino o la cerveza bien fría que se toma en el aperitivo. Hoy en día la tapa es un plato en sí mismo: dos o tres platillos pueden constituir un almuerzo completo.
En verano, son populares las recetas frescas, como el salmorejo o la ensaladilla. Aunque las tapas más famosas de Sevilla son los fritos crujientes, el adobo y la mencionada pringá. Pero no todo es tradición; la creatividad y la innovación también tienen cabida en la cocina de los nuevos chefs que reinventan estas pequeñas porciones con toques modernos y sorprendentes. Sea cual sea la época del año, salir de tapas en Sevilla es la mejor manera de descubrir la ciudad, recorriendo sus bares y tabernas históricas mientras saboreas sus recetas más emblemáticas.
El amor de Sevilla por su legado cultural también se traslada al ámbito gastronómico. Prueba de ello es su exquisita repostería, cuyas recetas históricas se siguen elaborando en establecimientos centenarios de aromas y vitrinas cautivadores. En ellos podrás degustar especialidades como el tocino de cielo, los cortadillos de cidra, las tejas de almendra o el tradicional Roscón de Reyes.
Esta torta elaborada en Castilleja de la Cuesta (a solo cinco kilómetros de la capital) obtuvo la prestigiosa certificación europea de «Especialidad Tradicional Garantizada». Se trata de una torta ligera, con una masa fina y hojaldrada y un inconfundible sabor y aroma a anís y a aceite de oliva.
Otro postre destacado de la región es el mantecado, un dulce de Navidad que se elabora en el pueblo sevillano de Estepa (que cuenta con indicación geográfica protegida) y que ha conquistado el paladar de millones de personas. Este manjar, cuyo ingrediente principal es la manteca de cerdo, está disponible en diferentes sabores: canela, coco, limón, almendra o chocolate.
Las calles de Sevilla albergan conventos de clausura en cuyos obradores se preparan de manera tradicional dulces que son verdaderos tesoros gastronómicos. Las monjas preparan con mimo estos postres deliciosos y sin artificio: yemas de almendra o batata, empanadillas de cidra o boniato, torrijas y pestiños, mermeladas y jaleas, roscos de vino, bollitos de Santa Inés, trufas, rosquillas, tortas de polvorón, etc. Entre los conventos más valorados por sus exquisiteces destacan San Leandro, Santa Ana, Santa Inés, Santa Paula o San Clemente, entre otros.
Una caña bien fría (cerveza servida en vaso de 20cl), es la bebida preferida por los sevillanos para acompañar sus comidas y tapas.
Pero Sevilla cuenta también con una herencia vinícola que se remonta a la época romana, es un destino imprescindible para los aficionados a la enología. Históricamente, la región ha sido reconocida por la producción de variedades de extraordinaria calidad que se exportan a todo el mundo. En la actualidad, esta tradición se mantiene en tres áreas vinícolas principales: el Aljarafe, la Sierra Norte y Guadalquivir-Doñana, cada una con características propias que reflejan la diversidad y riqueza de esta tierra.
En el Aljarafe, a pocos kilómetros de la capital, se cultivan variedades como la zalema, la garrido fino, la palomino y la pedro ximénez. Estas uvas dan lugar a vinos finos y generosos, además de blancos y jóvenes afrutados. Las viejas bodegas y tabernas de la comarca ofrecen catas donde degustar estos caldos.
La Sierra Norte, con su paisaje agreste e indómito, es zona de variedades como tempranillo, cabernet-sauvignon, merlot, syrah y pinot noir. De estas uvas se elaboran tintos y blancos, jóvenes y crianza, llenos de personalidad y sabor. Además, la Sierra Norte es famosa por sus licores y aguardientes. Las destilerías de Cazalla de la Sierra y Constantina producen exquisitos digestivos como el licor de guindas o de hierbas, el orujo y el anís.
Finalmente, Guadalquivir-Doñana, con su proximidad a la tierra Albariza de Jerez, es ideal para el cultivo de viñedos moscatel, palomino, pedro ximénez, arién y zalema. Aquí se producen vinos generosos, como finos, manzanillas, olorosos y dulces, perfectos para maridar con pescados, mariscos y postres.
Elige segmento